CAPÍTULO IX
Probablemente no fue por azar que el Prior, en lugar de darme la reprimenda que las circunstancias parecían exigir, me hiciese por el contrario un favor. Cinco días después que Kashiwagi vino a reclamar su dinero, el Prior me mandó llamar y me dio los tres mil cuatrocientos yens destinados a pagar los cursos del primer trimestre, más trescientos cincuenta para mis gastos de tranvías y quinientos cincuenta para material escolar. El reglamento de la universidad exigía que los derechos fuesen abonados antes de las vacaciones del verano. Pero después de lo que había pasado, jamás imaginé que el Prior volvería a darme dinero. Admitiendo incluso que consintiese pagar mis cursos, pensaba que, no teniendo ya más confianza en mí, enviaría el dinero a la universidad directamente por correo.
Pero de nada le sirvió ponerlo en mis manos: había hipocresía en su confianza. Me daba cuenta mejor que él. Aquel favor concedido sin una palabra era la imagen misma de su carne rosada y lisa: la opulenta falsedad, distinguiendo con la confianza, fuera del alcance de la putrefacción, reproduciéndose sin hacer ruido, dentro de su tibieza rosada.
Igual que cuando vi al agente de policía entrar en el albergue de Yura había temido, como en un relámpago, que mis planes fuesen descubiertos, también esta vez se apoderó de mí el temor, próximo a la alucinación, de que el Prior hubiese penetrado mis intenciones y tal vez intentase con aquel medio hacerme perder la ocasión decisiva de pasar a la ejecución. Yo sabía que mientras estuviese en posesión de aquel dinero jamás tendría el valor de actuar. Debía encontrar un medio de utilizarlo sin perder un solo día. Cuando uno es pobre no sabe malgastar demasiado el dinero que tiene. En todo caso, yo debía emplear aquella suma de dinero de forma que si el Prior llegara a enterarse no se pusiera loco de furia ni pudiese expulsarme del templo en el acto.
Aquel día yo estaba de servicio en la cocina. Después de cenar me encontraba lavando los platos cuando por casualidad volví los ojos hacia el refectorio desierto. En la entrada había un pilar ennegrecido por una pátina oscura, al cual había fijado un cartel, sucio y apenas visible a causa de la humareda.
ATAKO SÍMBOLO SAGRADO
ATENCIÓN AL FUEGO
jueves, 27 de marzo de 2008
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