Este blog esta dedicado a todos los amantes de Yukio Mishima

viernes, 20 de abril de 2007

DOJOJI Yukio Mishima



DOJOJI

Personajes:
Kiyoko, una bailarina.
Un vendedor de antigüedades.
El administrador de una casa de apartamentos
Hombres A, C y E.
Mujeres B y D.

UNA habitación en lo que es, en realidad, una tienda de muebles de segunda mano. Está tan colmada de antigüedades, orientales y occidentales, que sería más adecuado llamarla un museo. En el centro, hacia la izquierda del escenario, hay un gran armario semejante a un buque fantasma. Su tamaño es tal que parecería tener capacidad para contener el mundo entero. Sobre cada una de sus puertas hay una campana dibujada y el resto del armario está profusamente adornado con motivos barrocos. No resulta sorprendente, pues, que los otros objetos de la tienda se vean eclipsados frente a tamaño prodigio. Podrían formar parte de un telón de fondo. Hay cinco sillas colocadas, aquí y allá, en el escenario, y en cada una de ellas están sentados hombres o mujeres prósperos que escuchan al VENDEDOR, mientras describe tas bondades del armario frente al cual se encuentran. Estos cinco clientes distinguidos han concurrido al remate por medio de una invitación especial.
VENDEDOR: Aquí tenemos una unidad absolutamente única, tanto en Oriente como en Occidente; en tiempos antiguos como modernos. Es un armario que va más allá del uso doméstico. Los objetos qug aquí ofrecemos son, sin excepción, creaciones de artistas que han despreciado bajas condiciones utilitarias. Su importancia reside en el hecho de que ustedes, damas y caballeros, pueden usarlos con fines que van más allá de lo práctico. El individuo medio queda satisfecho con los productos estandarizados. Cuando tales personas adquieren un mueble, lo hacen como si compraran un animalito doméstico. Invariablemente eligen algo que se acomode a su posición social y les resulte perfectamente familiar. Esto ocurre en cuanto a su elección de mesas, sillas, televisores y lavadoras automáticas.
En cambio, ustedes, damas y caballeros, gracias a la refinada sensibilidad que les caracteriza y a la distancia que media entre sus gustos y los del pueblo, no se dignarían, y de esto no me cabe la menor duda, mirar siquiera a un animal doméstico. Me animaría a decir que sus preferencias se afincarían en la adquisición de una bestia salvaje. Aquí tienen ante los ojos un artículo totalmente fuera del alcance del hombre común. Un artículo que, si no fuera por su elegancia y audacia, no podría ser apreciado en su justo valor. Aquí tenemos, sin duda alguna, la bestia salvaje a la que me he referido (señala el armario).
HOMBRE A: ¿De qué está hecho?
VENDEDOR: ¿Cómo dice?
HOMBRE A: ¿De qué clase de madera es?
VENDEDOR (golpeando el armario): De genuina e indiscutible —es fácil saberlo por este sonido—, de genuina e indiscutible caoba. Les ruego perdonen la impertinencia de mi pregunta. A título informativo, ¿cuántos trajes tienen aproximadamente?
HOMBRE A: Ciento cincuenta.
MUJER B: Trescientos... o quizás, trescientos setenta.
HOMBRE C: Nunca los he contado.
MUJER D: Trescientos setenta y uno.
HOMBRE E: Setecientos.
VENDEDOR: Tales cifras no me sorprenden. Pero sean setecientos o mil, sus trajes tendrán cabida en este armario sin la menor dificultad. Echando una mirada, podrán apreciar su capacidad. No será una cancha de tenis, pero sí lo suficientemente grande como para hacer ejercicios físicos. Tiene un revestimiento de espejos y luz interior. Es posible entrar en el armario, seleccionar la ropa y vestirse dentro de él. Adelante, por favor, no sean tímidos. A cada uno le llegará su turno. Sin empujar. Les ruego que formen fila.
(Los cinco clientes observan, uno después del otro, el interior del mueble.)
HOMBRE A (sin demostrar sorpresa y volviéndose hacia el propietario): ¿De quién es?
VENDEDOR: ¿Cómo?
HOMBRE A: ¿Dónde lo consiguió?
VENDEDOR: Sólo puedo decir que proviene de cierta colección privada de una familia muy importante. De esas que, antes de la guerra, podían contarse con los dedos de las manos. Últimamente... en fin, todos conocemos casos semejantes...; sí, es una verdadera pena..., pero el nivel de ciertas familias ha descendido hasta obligarlas a...
HOMBRE A: Ya comprendo. No necesita agregar nada más (vuelve a su asiento).
MUJER B (mira hacia el interior del ropero y lanza un chillido): ¡Dios mío! ¡Se podría instalar una cama de matrimonio!
VENDEDOR: Tiene usted razón.
HOMBRE C (observando): Parece el panteón de mi familia. Sería fácil poner aquí cien, o quizás, doscientas urnas.
VENDEDOR (con expresión de desagrado): Muy gracioso.
MUJER D: ¿Para qué sirve esta llave?
VENDEDOR: ¿La llave? Sirve para cerrar el armario desde fuera o desde dentro, según cómo se prefiera.
MUJER D: ¿Desde dentro?
VENDEDOR (confundido): No sé por qué ha sido hecho así, pero lo cierto es que ahí lo tiene.
MUJER D: ¿Por qué podría alguien cerrarlo desde dentro?
VENDEDOR: Bueno., eh... (sonríe significativamente): Pienso que debe existir algún motivo para hacerlo. Después de todo, es lo suficientemente grande como para meter una cama en su interior.
HOMBRE E (mirando dentro): Hum, extremadamente pequeño...
VENDEDOR: ¿Pequeño?
HOMBRE E: Efectivamente.
VENDEDOR: ¿Lo cree usted así, señor? No dudo que cada cual tiene su manera de ver las cosas. (Los clientes vuelven a las sillas con gran ruido.) Bien, damas y caballeros, ahora que lo han visto—y conste que me desagrada profundamente tener que apurararles—, voy a proceder a rematarlo. ¿Cuánto se me ofrece por él? Hablen, por favor. (Todos guardan silencio.) Vamos, vamos, ¿no hay nadie que haga una oferta?
HOMBRE A: Cincuenta mil yens.
VENDEDOR: Tengo cincuenta mil yens.
MUJER B: Cincuenta y un mil yens.
VENDEDOR: La señora oferta cincuenta y un mil yens.
HOMBRE C: Cien mil yens.
VENDEDOR: Cien mil yens, aquí.
MUJER D: Ciento cincuenta mil yens.
VENDEDOR: Me ofrecen ciento cincuenta mil yens.
HOMBRE E: Ciento ochenta mil yens.
VENDEDOR: Sí, ciento ochenta mil yens.
VOZ (una voz de mujer emerge del costado derecho del escenario): Tres mil yens. (Todos se vuelven.)
HOMBRE A: Tres mil quinientos yens.
VENDEDOR: La oferta es de tres mil quinientos yens. Me temo que ha oído usted mal, señor. La última oferta era de ciento ochenta mil yens.
HOMBRE A: Muy bien. Ciento noventa mil yens.
VENDEDOR: Tengo ciento noventa mil yens.
HOMBRE C: Doscientos cincuenta mil yens.
VENDEDOR: La oferta es de doscientos cincuenta mil yens.
HOMBRE E: Trescientos mil.
VENDEDOR: Que sean trescientos mil.
MUJER B: Trescientos cincuenta mil yens.
MUJER D: Trescientos sesenta mil yens.
MUJER B (enojada): ¡Qué barbaridad! Quinientos mil.
MUJER D: Quinientos diez mil yens.
MUJER B: ¡Otra vez! Un millón de yens.
MUJER D: Un millón diez mil.
MUJER B: Esto ha ido ya demasiado lejos. Dos millones de yens.
MUJER D: Dos millones diez mil yens.
MUJER B: ¡Qué descaro! Tres millones de yens.
MUJER D: Tres millones diez mil.
MUJER B: ¡Ohhh!...
LA VOZ (la misma voz de mujer surge de la derecha del escenario): Tres mil yens. Tres mil yens...
(Todos miran hacia la derecha, profiriendo distintas exclamaciones de sorpresa. Una hermosa joven entra tranquilamente. Es KIYOKO, la bailarina.)
VENDEDOR: ¿Quién es Ud.? Ya ha dado muestras suficientes de su peculiar sentido del humor. Francamente, está usted llevando esta tontería demasiado lejos.
KIYOKO: ¿Le interesaría conocer mi nombre? Soy Kiyoko, la bailarina.
(Los HOMBRES A, C y E la miran con considerable interés.)
VENDEDOR: ¡Una bailarina! No recuerdo haberla invitado. Este remate se reduce sólo a nuestros huéspedes especiales. ¿No ha leído usted el letrero colgado en la puerta?: «Solamente para invitados.»
KIYOKO: El cartel se ha dado vuelta con el viento. De todos modos, aun sin haber sido invitada, reúno las condiciones necesarias para estar aquí.
VENDEDOR: ¡Escúchenla! Vamos, salga de aquí. Por esta vez la dejaré ir sin llamar a la policía.
HOMBRE A: ¿Por qué no le permite quedarse? Alguna razón tendrá para estar aquí. No grite de esa manera.
VENDEDOR: Lo sé, señor, pero...
HOMBRE A: ¿Qué hace usted aquí, señorita?
KIYOKO: No soy una señorita. Soy sólo una bailarina.
HOMBRE C: Muy bien. ¿Dijo usted, bailarina?
HOMBRE E: Admirable profesión... un consuelo para todos, una bendición que no puede adquirirse con dinero.
MUJER B: ¿Qué sentido tiene ofrecer tres mil yens?
MUJER D: Tres mil un yens.
MUJER B: ¡Las cosas que hay que aguantar! (a KIYOKO, en tono almibarado): Usted dijo llamarse Kiyoko, ¿verdad? ¿Qué significa su ofrecimiento de tres mil yens? Venga aquí y cuéntenos...
KIYOKO: Tres mil yens... (Se dirige hacia el centro del escenario.) Es todo lo que vale este armario.
VENDEDOR (consternado): Mire, diga otra tontería como ésta y llamo a la comisaría.
HOMBRE A (al vendedor): Escuche en silencio lo que esta señorita va a decir.
(El VENDEDOR se calla.)
KIYOKO: No creo que ninguno de ustedes quiera comprar este mueble después de oír su historia.
HOMBRE C: ¿Así es que tiene una historia?
VENDEDOR (envolviendo rápidamente una suma de dinero en un pedazo de papel): Tome esto y largúese. Esto ya ha durado demasiado.
HOMBRE A: Déjela hablar. Si no se lo permite, vamos a creer que también Ud. está enterado de la historia. ¿Está intentando vendernos algo en malas condiciones?
KIYOKO (despreciando el dinero): Comenzaré mi relato. Este armario perteneció a la familia Sakurayama (conmoción general). La señora Sakurayama lo usaba para esconder a su joven amante Yasushi. Un día, su marido —un hombre tremendo— oyó ruido dentro del armario. Sacó el revólver y, sin más trámites, hizo fuego desde el exterior. Disparó y disparó hasta que cesaron los horribles alaridos y la sangre comenzó a desbordar por debajo de la puerta del ropero. Miren (señala la puerta). No es fácil verlo a causa de las molduras, pero por aquí entraron los proyectiles. Observen ustedes que los agujeros han sido reparados con gran habilidad, pero aún es posible distinguir las huellas... Todo vestigio de sangre ha sido borrado. La puerta ha sido cepillada y limpiada nuevamente. ¿Habrán leído la historia en los periódicos, verdad? (silencio absoluto). ¿Y aún quieren pagar dinero por él? Pienso que ninguno de ustedes querría este armario ni siquiera de regalo. Tres mil yens es un buen precio. Y aun por esa suma, no creo que haya muchos, incluyéndome a mí, que quieran comprarlo.
MUJER B: ¡Qué horror! Le estoy realmente agradecida por habernos avisado. Sin su valiosa intervención, yo hubiera comprado este horrible mueble. ¿Cómo dijo que se llamaba? ¿Hisako?
KIYOKO: Kiyoko.
MUJER B: Eso es. Mi hija se llama Hisako. Gracias otra vez, Kiyoko. En las presentes circunstancias, lo mejor que podemos hacer es irnos de inmediato. Espero que mi chófer aún no se haya marchado. (De repente advierte que la MUJER D ha desaparecido.) ¿Será posible semejante falta de educación? ¡Irse así, sin decir nada! Siempre está tratando de superarme. Hasta para marcharse antes que yo. ¡Qué criatura insoportable! (Y diciendo esto, sale por la derecha.)
(HOMBRES A.C y E se aproximan a KIYOKO y le entregan sus tarjetas.)
HOMBRE A: Me ha hecho ahorrar dinero. Mil gracias. Me encantaría invitarla a comer. Nada más que para demostrarle mi aprecio, por supuesto...
HOMBRE C: Señorita, la llevaré a un excelente restaurante francés.
HOMBRE E: ¿No le gustaría ir a bailar? Podríamos comer juntos, después...
KIYOKO: Gracias a todos, pero tengo que hablar con el rematador.
HOMBRE A (con los típicos movimientos bruscos del hombre de acción, saca algún dinero de su billetera y lo tiende al VENDEDOR): Entiéndame usted bien. Va a escuchar tranquilamente todo lo que esta señorita tenga que decirle. No habrá ningún problema y no hablará más tonterías acerca de la policía. (Saca un lápiz del bolsillo. A KIYOKO): Señorita, le ruego me haga saber de inmediato si este hombre usa un lenguaje inadecuado o si la molesta mencionando a la fuerza pública. Permítame ver las tarjetas que acabamos de entregarle. (KIYOKO muestra las tres tarjetas.) Muy bien. (Toma una de ellas.) Ésta es la mía. Voy a hacerle una marca para que usted no se confunda. (Traza una señal con el lápiz.) Espero su llamada en cuanto termine este asunto. Me encontrará en este número telefónico hasta dentro de dos horas. (Le devuelve la tarjeta. C y E, descorazonados por el giro de los acontecimientos, fruncen el ceño.) ¿Vendrá usted con seguridad, no es cierto? Deseo realmente invitarla a comer para demostrarle mi aprecio.
KIYOKO: Suponiendo que lo llame...
HOMBRE A: ¿Sí?
KIYOKO: Suponiendo que lo llame... ¿querría usted salir conmigo si mi rostro se transformara totalmente?
HOMBRE A: Muy ingenioso, muy ingenioso, señorita. Temo no entender bien, pero aun así...
KIYOKO: ¿Aunque me convirtiera en una horrible bruja?
HOMBRE A: Todas las mujeres tienen varios rostros. Se necesita algo más que eso para asustar a un hombre de mi edad. Nos veremos luego.
(Sale lentamente, feliz. C y E lo siguen, desganados.)
VENDEDOR: Usted es algo así como un terremoto, ¡no?
(Kiyoko se vuelve y sale en pos de A; el VENDEDOR, alarmado, la detiene.): No se enoje. Yo también estoy bastante irritado... Usted dijo ser bailarina. (Continúa como hablando para sí): Me imagino qué clase de bailarina debe ser ésta.
KIYOKO: Por favor, escuche sin interrumpirme cuanto tengo que decirle.
VENDEDOR (sentándose en una de las sillas): La escucho. No voy a interrumpirla, pero cuando pienso que alguien con un rostro tan hermoso...
KIYOKO: Casualmente deseaba hablarle de mi bella y dulce carita...
VENDEDOR (para sí): ¡Qué atrevidas son las chicas modernas!
KIYOKO: Yasushi era mi amante.
VENDEDOR: ¿El joven que mataron dentro del armario?
KIYOKO: Sí. Me dejó para convertirse en el amor de la señora Sakurayama, una mujer diez años más vieja que yo. Él pertenecía a la clase de hombres que prefieren ser amados.
VENDEDOR: ¡Qué triste para usted!
KIYOKO: Creo recordar que no iba a interrumpir, me. Quizás, y no estoy demasiado segura, fue mi amor quien lo alejó de mí. Sí, puede haber sucedido así. El prefirió hacer de una aventura feliz, fácil y abierta, algo secreto y terrible. Era un muchacho muy guapo. Cuando salíamos a caminar juntos, la gente decía que formábamos una pareja perfecta. Parecía que el cielo azul, los árboles del parque y los pájaros nos dieran la bienvenida. Decíamos que el firmamento, de día o de noche, tachonado de estrellas, nos pertenecía. Sin embargo, él prefirió el interior de un armario.
VENDEDOR: Este mueble es tan grande que, a lo mejor, también en su interior había un cielo con estrellas y una luna que, saliendo de un rincón, se ponía en el otro.
KIYOKO: Sí, dormía y se despertaba allí adentro. A veces hasta comía también. ¡Qué cuarto extraño! Sin ventanas, sin una brisa de viento, sin árboles murmurantes. Era semejante a un ataúd en el que lo hubieran enterrado vivo. Él eligió el ataúd antes de que lo mataran. Un aposento de placer y de muerte, siempre saturado con el perfume de la mujer y el olor de su propio cuerpo... Recuerdo que olía a jazmín.
VENDEDOR (gradualmente excitado por la descripción): Enterrado sin flores. Entre ropa y perchas.
KIYOKO: Flores de encaje, de raso. Frías, muertas, de olor penetrante.
VENDEDOR (para sí): Muy inteligente de su parte. Me gustaría morir de ese

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